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lunes, 31 de marzo de 2014

Gnoseología

El conocimiento es el término final del proceso psicológico por el cual la mente humana capta un objeto. En este sentido, es una representación que supone un proceso de conocimiento, esto es, la relación que se establece entre un sujeto y un objeto, mediante la cual el sujeto capta mentalmente (aprehensión) la realidad del objeto. El proceso del conocimiento, así entendido, constituye el objeto de estudio de la teoría del conocimiento. En la filosofía actual, se prefiere definir el conocimiento como «saber proposicional» o un «saber que», analizando el uso de las palabras «conocer» o «saber». Conocer, en este caso, consiste en saber que un enunciado es verdadero (o falso).
Para que exista conocimiento, es necesario que se cumplan las tres condiciones siguientes [S es el sujeto, y p cualquier enunciado que el sujeto dice saber]:
Dicho de otro modo, «S sabe que p si y sólo si es verdad que p, S cree que p y, además, S está justificado en creer que p».
En un lenguaje corriente, para saber algo, es necesario que ello sea verdad, que lo creamos y que tengamos razones para creerlo (y que ninguna de estas razones sea falsa). De forma breve, «conocimiento» es una creencia verdadera justificada. El conocimiento científico puede definirse como una creencia racional justificada.
«Conocer» puede distinguirse de «saber» y, en sentido estricto debe hacerse. En este supuesto, «conocer» indica un contacto consciente con el objeto conocido a través de la experiencia y, en concreto, de la percepción, en oposición a «saber» que es un conocimiento por conceptos e ideas. Saber es, así, exclusivo y propio del hombre, mientras que tanto los hombres como los animales conocen. Se conocen cosas; se sabe verdades o proposiciones verdaderas. Por esta razón, las frases en que se utiliza con propiedad el verbo «conocer» se construyen con un sintagma nominal, mientras que aquellas en que se utiliza «saber» se construyen con una oración sustantiva como complemento. «Conocer» es, además, un proceso perceptivo directo e inmediato, que se justifica por sí mismo; «saber», en cambio, es un proceso indirecto, mediato e inferencial, esto es, apoyado en razones. La distinción de Russell entre conocimiento directo o conocimiento de «cosas», y conocimiento proposicional o conocimiento de «verdades», ayuda a precisar qué es lo que realmente conocemos en uno y otro caso.
Para Aristóteles, que rechaza las ideas o formas platónicas, es ciencia o conocimiento de lo necesario (por sus causas) o de lo que no es posible que sea de otro modo, o sea, de lo universal, y coincide con la ciencia demostrativa. Por esto, de los primeros principios no hay propiamente conocimiento o ciencia, puesto que sólo pueden ser intuidos, pero ellos son el fundamento de la ciencia. El conocimiento, según Aristóteles, se divide en especulativo o contemplativo, propio de la ciencia y la teoría, práctico, propio de la actividad humana ética y política y productivo, propio de la técnica y el arte. Estas características de necesidad estricta y universalidad absoluta serán, en Kant, las notas del conocimiento a priori.
La gnoseología es sinónimo de teoría del conocimiento. El término aparece en un léxico filosófico del s. XVII, como ciencia del conocimiento. Es la reflexión filosófica sobre la posibilidad, origen, naturaleza, justificación y límites del conocimiento. Su equivalente, referido al conocimiento científico, es la epistemología. La teoría del conocimiento es también llamada gnoseología y epistemología, es una reflexión sobre el proceso del conocimiento humano y los problemas que en él se plantean. Como reflexión que es, supone una actividad de segundo orden, igual que la epistemología o la filosofía de la ciencia, sobre una actividad primera que es el conocer o el conocimiento, que es su objeto de estudio, pero es también, al mismo tiempo, una interpretación o explicación del fenómeno del conocer, según el principio de que «nadie sabe que p, a menos que sepa también cómo sabe que p». Por eso, puede definirse como un estudio crítico de las condiciones de posibilidad del conocimiento humano en general, que se ocupa de responder a cuestiones como: ¿en qué consiste conocer?, ¿qué queremos decir cuando decimos que sabemos o conocemos algo?, ¿qué podemos conocer?, ¿como sabemos que lo que creemos acerca del mundo es verdadero? o bien ¿«cómo es posible un conocimiento digno de crédito»? (Habermas).
Johannes Hessen, en su clásica y conocida obra, “Teoría del conocimiento”, recurriendo a una descripción fenomenológica del conocimiento, es decir, a una descripción que pretende presentar la esencia misma del fenómeno del conocimiento, lo describe como una relación entre un sujeto y un objeto, siendo esta dualidad una característica esencial del conocimiento. Esta relación, que también es una correlación, porque no hay lo uno sin lo otro y, además la presencia de uno supone la del otro, se entiende como una apropiación o captación que el sujeto hace del objeto mediante la producción de una imagen del mismo, o de una representación mental del objeto, debido a una determinación o modificación que el objeto causa en el sujeto. Esta modificación no es más que la percepción del objeto, en la cual el sujeto que conoce no está meramente pasivo y receptor, sino receptor y espontáneo. También en este dualismo de receptividad y espontaneidad se encuentra el auténtico problema del conocimiento, al menos tal como se ha desarrollado históricamente desde el s. XVII. En cualquier caso, el objeto conocido ha de considerarse siempre de algún modo trascendente al sujeto, incluso en el caso de los objetos ideales, como pueden ser, por ejemplo, las entidades matemáticas. Los objetos conocidos, sean reales, como las cosas físicas del mundo, sean ideales, como los números y las figuras geométricas, son, en cuanto conocidos, independientes del espíritu humano. Supuesta esta descripción fenomenológica, son cinco -siempre según Hesse- los principales temas que pueden considerarse problemas fundamentales de una teoría del conocimiento:
 1) La posibilidad del conocimiento: ¿Existe en realidad tal relación entre el sujeto humano que conoce y el objeto conocido?
2) El origen del conocimiento: ¿de dónde proceden los objetos del conocimiento? ¿De la razón? ¿De la experiencia? ¿De ambas cosas?
 3) La esencia del conocimiento humano: en el dualismo de sujeto y objeto, ¿es el hombre activo y espontáneo o se comporta meramente de forma pasiva y receptora?
4) La cuestión sobre las clases de conocimiento: ¿hay algún otro conocimiento humano que no se haga por medio de una representación intelectual del objeto?, es decir, el problema del conocimiento intuitivo,
Y 5) el criterio de verdad: ¿cómo sabemos que el conocimiento es verdadero? Como proceso que es, el conocimiento acontece en la estructura nerviosa del sujeto que conoce, en el sistema periférico y, más concretamente, en la sede de las actividades humanas superiores, o sea, el encéfalo.
Así considerado, el conocimiento es una función psicobiológica del ser humano que se lleva a cabo mediante el cerebro. Ahora bien, filosóficamente, el lugar gnoseológico en que acontece el conocimiento es llamado espíritu (también alma), yo, individuo o sujeto, y sobre todo mente o entendimiento, y al producto o resultado final del conocimiento se le denomina imagen mental, juicio, y sobre todo idea o concepto. Son éstos básicamente abstracciones de las cosas conocidas o representaciones mentales de las mismas.       
La relación dual entre sujeto y objeto, como esencial al conocer, pertenece a la concepción clásica del conocimiento. La filosofía analítica expresa esta relación/correlación entre sujeto y objeto explicando el conocimiento como una «creencia justificada», y explicita esta afirmación precisando qué se quiere decir cuando se dice que alguien sabe (previa distinción entre «saber» y «creer»). En este sentido se conviene que, al decir que «S sabe que p», queremos decir:
1) que «si S sabe que p, p es verdadero»;
2) que «si S sabe que p, S cree que p»,
y 3) que si S sabe que p, S tiene razones para creer que p».
Tanto según esta manera más actual de ver las cosa como según la concepción clásica del conocimiento como relación entre sujeto y objeto, el conocimiento se concibe como una creencia subjetiva y su principal problema es la fundamentación, o justificación racional, de esta creencia.                               
Popper objeta a este planteamiento del problema la consideración de que se refiere simplemente al conocimiento subjetivo, y que plantea cuál es el estado mental o de conciencia del sujeto que dice «sé», cuando lo importante es el estudio del desarrollo del paradigma del conocimiento, cual es el conocimiento científico, que avanza a través de conjeturas y el intento de refutarlas: lo que Popper llama «conocimiento objetivo», o también «conocimiento sin sujeto cognoscente».
En la cuestión del origen del conocimiento, el término «origen» puede entenderse de dos maneras: en sentido psicológico, como proceso real que comienza y termina, y en sentido lógico, como problema de fundamentación. Ambos sentidos se han conectado históricamente, por cuanto el problema de la validez o fundamentación prevalece sobre el del origen psicológico o temporal. Quien crea que el conocimiento se funda en última instancia en la razón y no en la experiencia atribuirá también el origen del conocimiento -por lo menos de cierta clase de conocimientos- a elementos de la sola razón. Y a la inversa, quien crea que no hay conocimiento si no es fundándose en la experiencia, sostendrá que el origen de las ideas es la experiencia. Los sistemas de conocimiento tradicionales que responden a este problema son el racionalismo, el empirismo y el apriorismo de Kant.
Para el racionalismo, la razón es el origen o la fuente principal del conocimiento, y éste es verdaderamente tal sólo cuando sea necesario y universal. El enunciado «el sol calienta las piedras», cuando se le entiende como ley de la naturaleza, en el sentido de que el sol es la causa de la temperatura de las piedras, y no como mera constatación de un hecho aislado, es un enunciado que implica universalidad y necesidad, propiedades que no es posible haber obtenido por simple observación de la experiencia y que hay que atribuir a algún hecho de la razón, esto es, a la idea de causalidad. Más presencia de la sola razón puede observarse en afirmaciones como «el todo es mayor que la parte», o «todo cuerpo es extenso». Estos últimos enunciados tienen unas características que los hacen semejantes a los enunciados matemáticos: su verdad no depende de ninguna experiencia. El racionalismo, de hecho, concibe todo el conocimiento a imagen y semejanza de una clase determinada de conocimiento, a saber, el conocimiento matemático, cuyas características básicas son la universalidad y la necesidad. Como las matemáticas, el conocimiento en general ha de ser de naturaleza deductiva, es decir, ha de poder inferirse de unas cuantas verdades iniciales incuestionables. A estas verdades dio el racionalismo categoría de verdades innatas (como en Descartes, Spinoza y Leibniz, por ejemplo) o de verdades simplemente a priori, o independientes y anteriores a toda experiencia (como en el caso de Kant). La doble característica de la presencia de verdades universales y necesarias, por un lado, y de la posibilidad de deducir otras verdades de unas primeras innatas o a priori, dio al racionalismo su carácter dogmático: el entendimiento es capaz de conocer todas o muchas verdades, con certeza deductiva. Por otro lado, el empirismo mantiene la tesis opuesta de que la única fuente, a la vez que justificación, del conocimiento es la experiencia. Distingue entre verdades de razón y verdades de hecho, propias las primeras del ámbito de la lógica y las matemáticas, y las segundas del mundo de las ciencias de la naturaleza y de la vida ordinaria; pero no existen ideas innatas -la mente es una tabula rasa, o un papel en blanco- ni tampoco a priori, porque nada hay en la mente que antes no haya estado de algún modo en los sentidos. Frente al conocimiento universal y necesario del racionalismo, el empirismo aprecia y valora el conocimiento concreto y probable; al dogmatismo optimista opone con frecuencia, a lo largo de la historia del pensamiento, el escepticismo, o la afirmación de que la razón humana tiene los límites que le impone la experiencia, y que no son demasiadas las cosas que el espíritu humano puede conocer con certeza. El sistema filosófico de Kant es históricamente un intento de mediación y síntesis entre la postura racionalista y la empirista. El conocimiento no puede explicarse ni por la sola razón ni por la sola experiencia: «los conceptos sin las intuiciones son vacíos, las intuiciones sin los conceptos son ciegas». De ahí el apriorismo: con anterioridad a toda experiencia posible, el espíritu humano aporta la posibilidad misma de que algo sea conocido como objeto, haciéndolo objeto del espacio y del tiempo, y sometiéndolo a las reglas del pensamiento. Conocer es ordenar lo caótico mediante la sensación y el pensamiento; y no hay experiencia, y ni tan sólo naturaleza, sin la acción ordenadora de la mente humana.
El problema fundamental de la teoría del conocimiento consiste en precisar debidamente en qué sentido una idea o un concepto son representaciones mentales de las cosas. Los sistemas clásicos al respecto son el realismo y el antirrealismo, en sus formas de idealismo y fenomenismo. El realismo sostiene la existencia independiente de las cosas, aunque no sean conocidas. Según el llamado realismo ingenuo o natural, que no llega a distinguir entre el objeto conocido y el mismo objeto, porque ignora la elaboración del objeto debida a la percepción humana, las cosas son tal como las conocemos. Para el realismo crítico es preciso distinguir entre las cualidades objetivas y las subjetivas del objeto conocido: la mejor expresión histórica de este realismo ha sido la teoría de las cualidades primarias y secundarias, difundida sobre todo por Locke. Los sistemas antirrealistas presentan las formas de fenomenismo y de idealismo (además del solipsismo). El idealismo sostiene que no existen otros objetos o cosas que los contenidos de la propia conciencia, o mente, como ideas , vivencias, sentimientos, percepciones, o los llamados objetos ideales, como, por ejemplo, las entidades matemáticas, y las conciencias o las mentes -incluida la de Dios- que los piensan. Berkeley hizo clásica esta opinión sosteniendo que «ser es ser percibido», ya que, conociendo sólo ideas y siendo éstas sólo contenidos de la conciencia humana, no tenemos certeza ni conocimiento alguno de otra cosa que no sea de la propia idea subjetiva. Formas derivadas de este idealismo berkeleyano son el empiriocriticismo de R. Avenarius y E. Mach, o las posturas teóricas del llamado solipsismo. El idealismo de Hegel es una versión lógico-ontológica de este subjetivismo, que hace de toda la realidad un contenido de conciencia -del espíritu absoluto- que se desarrolla según las leyes de la dialéctica. El fenomenismo (en cuanto pueda distinguirse del idealismo de Berkeley), teoría según la cual el hombre no conoce la realidad de las cosas, sino sólo sus apariencias o fenómenos, puede contemplarse como un estado intermedio entre el realismo y el idealismo. Defiende una doble manera de ser de las cosas: lo que es la cosa en sí y lo que conocemos de ellas (ver en sí / para sí). En sí las cosas son inaccesibles al conocimiento del espíritu humano y son, a lo sumo, inteligibles o pensables. Lo que de ellas conocemos, sin embargo, no es pura receptividad del espíritu humano, porque el conocimiento es acción del espíritu que configura y da forma a la materialidad caótica de lo sensible. El mundo del conocimiento es el mundo fenoménico, de los contenidos de conciencia. El fenomenismo se acerca, pues, al idealismo, pero se aleja de él en cuanto admite la existencia de las cosas meramente inteligibles o pensables, aunque no conocibles, más allá de la experiencia. D. Hume, J.S. Mill, B. Russell y A. J. Ayer son fenomenalistas o fenomenistas. Este problema fundamental del conocimiento, ahora aludido, puede contemplarse igualmente desde la perspectiva de los problemas de la percepción. La filosofía analítica ha incidido sobre la teoría del conocimiento cambiando el punto de mira. El problema no está tanto en justificar si y hasta qué punto son las ideas representaciones de la realidad, sino qué sentido tienen, y de dónde lo toman, las palabras que usamos para hablar de las cosas. El problema epistemológico deja su sitio al problema del significado y a la filosofía compete más bien la labor terapéutica de deshacer los problemas que genera el lenguaje cuando se aplica a las cuestiones tradicionalmente consideradas filosóficas. Pese a no existir propiamente una verdadera teoría del conocimiento, en la antigüedad griega aparecen consideraciones o planteamientos epistemológicos inmersos en cuestiones de física, metafísica o psicología. Los presocráticos, más bien entregados a la consideración del origen y principio de la naturaleza, plantean cuestiones más cosmológicas que epistemológicas, si bien algunos, como Heráclito y Parménides, inician los planteamientos que marcan la historia posterior del problema. A Heráclito se le puede atribuir cierto empirismo que funda el conocimiento de la naturaleza en lo que aparece a los sentidos (lo múltiple), aunque admite al mismo tiempo el conocimiento del logos oculto (lo uno) que está más allá de ellos. Parménides adopta claramente una postura racionalista que le hace rechazar el conocimiento de lo múltiple y mutable, las cosas tal como aparecen a los sentidos engañosos, para aceptar sólo el conocimiento de lo que es uno e inmutable, comprensible sólo al entendimiento. Los sofistas se plantean diversas cuestiones claramente gnoseológicas, que incluyen el escepticismo, el agnosticismo, el fenomenismo, el relativismo. Sócrates representa la irrupción en el mundo griego de la importancia y el sentido de la razón y del concepto, y con ellos del realismo de las ideas y conceptos, que Platón transforma en idealismo e innatismo, y Aristóteles interpreta de manera intelectualista formulando un realismo que suele llamarse moderado. La escolástica de la Edad Media hereda, en principio, los planteamientos gnoseológicos de Platón (corriente agustiniana) y de Aristóteles (corriente aristotélica). Partiendo de san Agustín el agustinismo medieval continúa la influencia platónica, tradición en la que destaca la llamada escuela franciscana de san Buenaventura. El aristotelismo, a su vez, ingresa en occidente a través de Boecio y Averroes, es aceptado por Abelardo y Alberto Magno y es acomodado en su globalidad al cristianismo por el gran escolástico Tomás de Aquino. La principal cuestión epistemológica de la Edad Media la constituye la denominada disputa de los universales, dentro de ella, el nominalismo es la gran aportación medieval a la teoría del conocimiento. Tras el Renacimiento, aparecen de nuevo, en el ámbito humanista, las antiguas teorías epistemológicas de los griegos, en especial el escepticismo. Pero el hecho decisivo que contribuye a la aparición de la teoría del conocimiento como tema de estudio propio y preferente es la reacción de la filosofía ante los avances y logros de la ciencia moderna de los siglos XVII y XVIII, de Galileo y Newton. Los filósofos modernos, siguiendo a Descartes, hacen del problema y del proceso del conocimiento el tema por excelencia de la reflexión filosófica. No obstante, la historia de la teoría del conocimiento, tanto de la edad moderna como de la actual, es deudora no sólo de los planteamientos de Descartes y Locke, autor este último de quien se dice que fue el autor que planteó por vez primera el problema en términos modernos, sino también por Berkeley, Hume y Kant. A Kant se atribuye la revolución copernicana en la teoría del conocimiento, por haber supuesto, como Copérnico, una hipótesis totalmente contraria a la hasta entonces mantenida: que es el sujeto el que determina al objeto, y no a la inversa. Por esta razón, Kant es un autor decisivo en cuestiones epistemológicas, al cambiar el enfoque psicológico del racionalismo, y en especial del empirismo, y sustituirlo por un enfoque lógico: no inquiere cómo surge (temporalmente) el conocimiento, sino cómo es posible (lógicamente). La historia de la filosofía, y con ella la de la teoría del conocimiento, posterior a Kant, hasta los albores del siglo actual, no es otra que la historia de la evolución del pensamiento de Kant, que da primero origen, por fuerza de la Crítica de la razón pura, al idealismo alemán y, luego, a las filosofías y gnoseologías inspiradas en la Crítica de la razón práctica. El s. XX, al dar mayor importancia a la lógica, a la ciencia y al lenguaje rechaza el planteamiento de corte psicologista, que atribuye en principio a la tradición anterior, y pone el énfasis en comprender la naturaleza lógica de los problemas filosóficos y de los problemas que la ciencia plantea a la filosofía. A partir de este momento, las cuestiones epistemológicas sobre la esencia del conocimiento, o lo que es lo mismo, sobre la diferenciación gnoseológica entre apariencia y realidad, a lo que lleva el supuesto inicial de que las ideas son representaciones en la conciencia de una realidad exterior, se resuelven (básicamente) en la cuestión filosófico-lingüística de sentido y referencia.
El conocimiento científico
Es el producido por la actividad humana que llamamos ciencia. Sus principales características se definen diciendo que se trata de un conocimiento racional, metódico, objetivo, verificable y sistemático, que se formula en leyes y teorías, y es comunicable y abierto a la crítica y a la eliminación de errores. Como conocimiento racional y objetivo que es, se realiza según enunciados descriptivos, que se refieren a hechos del mundo material, que pueden ser verdaderos o falsos, y cuya verdad es controlable y demostrable; en calidad de conocimiento obtenido con un método, es una actividad que planifica sus objetivos que intenta conseguir con los mejores medios y, por ello, somete a prueba experimental, contrastándolos con los hechos, sus enunciados principales. El saber científico no se reduce al mero conocimiento de hechos, sino que va más allá de los mismos, porque es también saber sistemático que se construye a partir de hipótesis, que se someten a contrastación, y que pueden convertirse en leyes y teorías, con las que se obtienen explicaciones y predicciones. Como saber comunicable que es, se trata de un conocimiento público que ha de poder precisar la manera como se ha obtenido, de modo que cualquiera pueda acceder al mismo por iguales o parecidos medios, y en ningún momento se recurra a supuestos o recursos secretos y ocultos. Se orienta, por lo mismo, a obtener un consenso universal sobre la verdad de sus enunciados, pero no excluye ni la crítica fundamentada o la revisión de los errores que contiene, ni la afirmación de que el conocimiento científico es provisional.
En el momento actual, hay tres maneras fundamentales de ver el conocimiento científico, con:
a) Objetividad.
b) Racionalidad.
c) Sistematicidad.
Estas tres características, ciertamente, también son aspiraciones del pensamiento cotidiano o de lo que algunos autores llaman sano sentido común; pero no son buscadas ni alcanzadas en la misma medida.
a) Objetividad. Se podrá decir de inmediato que el pensamiento científico no es subjetivo, que no depende de los intereses personales de quienes intervienen en él. Pero quizá es preferible darle más importancia a otra acepción de objetividad: concordancia o adaptación a su objeto. El pensamiento científico se aplica a los hechos innegables y no especula arbitrariamente. Siempre que se mencione la objetividad, se entenderá como adecuación a la realidad o como validez independiente de los intereses del que conoce.
En realidad, estos dos sentidos de objetividad se relacionan estrechamente. Sólo los hechos deben servir de guía a toda investigación científica. No deben mezclarse factores extraños subjetivos; los instintos y los sentimientos del que investiga y del que juzga lo investigado deben permanecer al margen del mundo científico. Este requisito no es fácil de cumplir, pero implica un fin digno de alcanzar. A lo largo de la historia, es fácil comprobar que la objetividad no siempre se ha cumplido; personas, instituciones y pueblos poco evolucionados han caído en la subjetividad. Baste recordar el juicio a que fue sometido Galileo en virtud de que sus tesis científicas no concordaban con las creencias religiosas de su tiempo.
El pensamiento científico y el hombre científico deben ser imparciales y acostumbrarse a separar sus sentimientos y sus intereses personales cuando estén en el terreno de la ciencia. Sólo ha de interesarles que los hechos existan o no, y aceptarlos tal como son.
Se dijo que el pensamiento cotidiano también aspira a la objetividad, racionalidad y sistematicidad, lo mismo que el científico; pero que las persigue y las alcanza en grados muy diferentes. La objetividad que llega a obtener el pensamiento cotidiano es limitada, debido a que se encuentra demasiado atada a la percepción y a lo práctico; y, cuando se desprende, cae frecuentemente en algunas de las explicaciones no científicas que se analizaron con anterioridad.
Para acabar de aclarar lo que es la objetividad, conviene presentar algunos ejemplos sencillos. La salida del sol por el oriente es un hecho astronómico que acaece independientemente de que a un astrónomo o a cualquier persona común le guste o no. El pensamiento científico es objetivo en el sentido de que se investigan los hechos tal como son en la naturaleza; la astronomía se subordina a la naturaleza y al funcionamiento del sol, y no éste a la ciencia astronómica.
Si multiplicamos 6 x 5 obtendremos 30. Sabemos que este producto vale independientemente de que nos agrade o no, y del estado de ánimo en que nos encontremos.
b) Racionalidad. Se ha llamado razón a la facultad que permite distinguir al hombre de los animales. También se ha entendido por razón el fundamento o la explicación de algo. El pensamiento científico no está formado de imágenes, sensaciones ni hábitos de conducta. Se dice que en él hay racionalidad, porque está integrado de principios y leyes científicas. El hombre de ciencia forja imágenes, tiene sensaciones y posee determinados hábitos de conducta, y con ellos puede realizar su trabajo científico; pero siempre partirá de elementos racionales, y sus resultados también serán entes de razón.
La racionalidad, asimismo, entraña la posibilidad de asociar conceptos de acuerdo con leyes lógicas y que generan conceptos nuevos y descubrimientos. Y, en último término, la racionalidad ordena sus conceptos en teorías.
c) Sistematicidad. En la vida cotidiana con frecuencia oímos hablar de diversos sistemas: del sistema digestivo, del sistema eléctrico de un automóvil, del sistema de semáforos, y de otros muchos sistemas. ¿Qué podemos entender de inmediato por sistema? Comúnmente se podría entender por sistema una serie de elementos relacionados entre sí de manera armónica. Científicamente, el concepto de sistema debe entenderse con mayor precisión, en un sentido menos amplio. Los conocimientos científicos no pueden estar aislados y sin orden; siempre están inmersos en un conjunto, y guardan relación unos con otros. Todo conocimiento científico sólo tiene significado, en función de los que guardan relación de orden y jerarquía con él.
Las explicaciones que da la ciencia se estructuran sistemáticamente reflejando el orden y armonía que existe en la realidad. Los conocimientos de la alquimia y de la astrología no constituyeron ni constituyen ciencia, porque sus conocimientos no se estructuran armónicamente ni reflejan la realidad.
Si en una teoría sustituimos algunos de sus elementos, la estaríamos cambiando radicalmente, alteraríamos su sistematicidad.
Anotamos a continuación, siguiendo a Mario Bunge, una lista de características del pensamiento científico. El conocimiento científico es:
a) Fáctico.
b) Trascendente.
c) Analítico.
d) Claro y preciso.
e) Simbólico.
f) Comunicable.
g) Verificable.
h) Metódico.
i) Explicativo.
j) Predictivo.
k) Abierto.
l) Útil.
a) Fáctico. El conocimiento científico parte de los hechos dados en la realidad, los acepta como son, y frecuentemente vuelve a ellos para confirmar sus afirmaciones. No toma por objetos de estudio entes que no se hayan generado de alguna forma en la experiencia sensible. La química parte del agua, del calcio y de otros objetos de la realidad fáctica.
b) Trascendente. Aunque la ciencia parte de los hechos, no se queda en ellos; si así lo hiciera, su labor sería meramente contemplativa. El científico debe ir más allá de los hechos, de las apariencias. La Tierra no debió considerarse plana por el solo hecho de no poderse observar a simple vista su curvatura. El químico trasciende los hechos cuando combina ciertas sustancias y produce una pasta dental. Los microscopios y los telescopios son trascendencia de los hechos de la observación. Los motores de los automóviles han ido más allá de lo observado por los físicos respecto al movimiento.
c) Analítico. Lo analítico del conocimiento científico empieza desde la mera clasificación de las ciencias a que nos referimos en este apartado. Se especializan en determinado ámbito de la realidad. Y una vez ya dentro de su propio territorio, se esfuerzan continuamente por desintegrar sus objetos de estudio a fin de conocerlos con mayor profundidad.
Las ciencias analizan sus problemas, los descomponen para estudiarlos mejor. Desde luego que la ciencia no analiza para tomar una parte y aislarla del todo. Por lo contrario, descompone y recompone sin cesar sus objetos de estudio: los separa sin dejar de entenderlos como integrantes de un todo.
d) Claro y preciso. Los conceptos científicos se definen de manera clara y precisa; la vaguedad daría al traste con cualquier pretensión en el terreno de la ciencia; pero no solamente los conceptos, sino también los problemas deben presentarse en forma clara y precisa. La noción de volumen es clara y precisa, y sólo así puede manejarla un químico.
e) Simbólico. El pensamiento científico no iría muy lejos si dispusiera solamente del lenguaje cotidiano. Necesita crear su propio lenguaje artificial cuyos signos y símbolos adquieren un significado determinado, lo menos variable posible, y se someten a reglas para crear estructuras más complejas. Hg, +, y E son algunos de los símbolos empleados por la ciencia.
f) Comunicable. El pensamiento científico no está destinado a un reducido número de personas: se ofrece a todo aquel cuya cultura le permita entenderlo. La ciencia cumple con una función informativa; el arte, con una expresiva, y las órdenes o mandatos, con una imperativa. El pensamiento científico comunica datos y reflexiones acerca de los hechos.
g) Verificable. Todo lo que produzca el pensamiento científico debe someterse a prueba; no debe aceptarse nada que no se adecue a la realidad. La verificación se obtiene mediante la observación y la experimentación, aunque hay ciencias, como la astronomía y la economía, que en ciertos aspectos pueden prescindir de la experimentación. Las aspiraciones científicas de los médicos especializados en trasplantes de órganos no quedarán satisfechas mientras sus investigaciones fracasen en la realidad.
h) Metódico. El pensamiento científico no procede desorganizadamente; planea lo que persigue y la forma de obtenerlo. Procede obteniendo conclusiones particulares o generales y disponiendo de procedimientos tales como la deducción, la inducción y la analogía, que serán tratados más adelante.
i) Explicativo. Hubo un día en que el hombre ya no quedó satisfecho de las explicaciones basadas en mitos, que le resolvían sus problemas más angustiosos: ¿Qué es la vida? ¿Por qué mueren los humanos? ¿Qué destino le espera a la humanidad? Este fue el momento en que el hombre descubrió que estaba dotado de razón para resolver por cuenta propia, y no por seres suprahumanos, lo problemático del mundo que le rodeaba.
El pensamiento científico, a diferencia del cotidiano, no acepta únicamente los hechos tal como se dan; investiga sus causas, busca explicaciones de por qué son así y no de otra manera. Procura explicar los hechos en términos de leyes y principios. Un físico explica la caída de los objetos físicos en función de la ley de la gravedad.

j) Predictivo. Todo conocimiento científico explica el comportamiento de ciertos hechos; pero no solamente para lo presente, sino también para lo pasado y para lo futuro. La predicción le sirve al científico para poder modificar los acontecimientos en beneficio de la sociedad, una vez que la técnica procura la comodidad del ser humano.
Las predicciones científicas no siempre son fatales (que no pueden dejar de darse). Cuando fallan, permiten corregir las hipótesis en que se basan. Ocurre que fallen las predicciones meteorológicas y también las médicas.
k) Abierto. Los objetos de la ciencia, sus conceptos, sus métodos y sus técnicas, no son definitivos; se encuentran en constante cambio. El pensamiento científico no es dogmático. Es abierto, en virtud de que sus estructuras son falibles, y es capaz de progresar. Un hombre que se conformara con los conocimientos que hasta ese momento le ha legado la humanidad sería sabio, pero no científico. El científico contemporáneo prefiere estar al tanto de las últimas innovaciones mediante las revistas científicas, y no en los manuales de tratados, que día a día van separándose de los últimos logros de la ciencia.
l) Útil. El hombre inculto es reacio al estudio de la ciencia, porque no ve su utilidad; piensa que solamente aquello en que puede ganar dinero es digno de alcanzarse. En verdad, comete un grave error. Basta con meditar detenidamente para comprobar la inmensa utilidad del pensamiento científico. Nuestro mundo actual, sin la ciencia inmersa en él retornaría a la época de las cavernas. La técnica es ciencia aplicada. La ingeniería ha hecho posible la construcción de los enormes edificios llamados rascacielos; a la física y a la matemática se debe que se hayan logrado realizar los viajes espaciales; y la medicina no podría prever ni combatir las enfermedades si no contara con el auxilio de la bioquímica.


Las leyes generales del pensamiento
Son los primeros principios indemostrables que rigen la actividad correcta del pensar. Tradicionalmente, desde Aristóteles, se considera que son tres:
el «principio de identidad»,
el «principio de no contradicción» y
el «principio del tercero excluso».
Modernamente se ha considerado que hay un cierto psicologismo en este planteamiento y, aunque la importancia de estos principios lógicos es indudable y fundamental, se sostiene que las leyes del pensamiento son muchas: tantas como leyes lógicas o tautologías. Desde el punto de vista lógico, estas tres leyes lógicas son convertibles entre sí, por lo que en realidad constituyen un mismo principio . 
Un enunciado es un (del latín enuntiatio, que traduce el griego lógos apofantikós, oración categórica, la que puede ser verdadera o falsa) conjunto de signos construido según reglas sintácticas susceptible de ser verdadero o falso .
Tipos:
enunciado básico
enunciado categórico
enunciado contingentemente verdadero
enunciado deóntico
enunciado legaliforme
enunciado observacional           
enunciado probabilístico
enunciado protocolario
enunciados atómicos y moleculares
Un principio (del latín principium, comienzo, origen, fundamento, principio, derivado de princeps, príncipe, derivado a su vez de primus y capio: el que ocupa el primer lugar) es el fundamento, origen y comienzo tanto del pensamiento (aspecto epistemológico y lógico) como del aparecer de las cosas (aspecto ontológico). Esta duplicidad de aspectos del principio surge desde el primer momento en que empieza la filosofía: principio o comienzo entre los presocráticos, es el elemento material (orden ontológico) del que surge y al que se reduce la naturaleza, y que ha de ser conocido (orden epistemológico) como realidad última para poder explicarla; Platón atribuye a la idea del Bien la doble cualidad de ser causa y origen del mundo inteligible y paradigma del mundo visible; Aristóteles distingue entre los primeros principios del conocimiento, principios del cambio y primeros principios y las primeras causas de todas las cosas; los primeros son lógicos, los segundos gnoseológicos y los terceros metafísicos u ontológicos. Kant denominará a la pregunta por el principio «búsqueda de lo incondicionado», legítima en el orden del pensamiento, por lo que puede ser buscado y pensado como principio explicativo, pero ilegítima en el orden de lo existente, porque nunca puede ser hallado o conocido, al estar más allá de toda experiencia posible.
La causalidad, es el principio de la filosofía clásica según el cual la relación de causa y efecto, o de causalidad, debe extenderse a todo el ámbito de la realidad. En la filosofía clásica, este principio tiene valor universal tanto en el ámbito del ser como del conocer y, junto con el principio de razón suficiente, que es su equivalente en la formulación de Leibniz («Nada sucede sin razón»), fundamenta los razonamientos a posteriori, sobre hechos de experiencia, de la misma manera que el principio de no contradicción o de identidad, fundamenta los razonamientos a priori, independientes de la experiencia. En la filosofía escolástica, donde este principio se formula como «todo ente contingente supone necesariamente una causa», recibe un alcance metafísico y se le considera medio necesario para la demostración de la existencia de Dios.
En la filosofía moderna, se ha discutido profusamente si este principio era analítico (a priori) o sintético (a posteriori). El empirismo sostuvo decididamente, en contra del racionalismo, su carácter empírico; Kant fundió ambas posturas con la afirmación del carácter sintético a priori del principio. Con la ciencia moderna, y la aplicación a todo el ámbito de la naturaleza de la causalidad universal, se ha llegado a la afirmación del determinismo causal físico: «Todo cuanto comienza ha de tener una causa», o «a idéntico efecto idéntica causa». Sin embargo, el mundo físico de las partículas subatómicas parece negar la afirmación de la validez universal del principio de causalidad; el principio de indeterminación de Heisenberg prohíbe utilizar a un mismo tiempo conceptos mutuamente incompatibles (como posición y velocidad, onda y corpúsculo), con lo que sólo puede recurrirse a leyes de probabilidad para predecir los fenómenos del mundo subatómico, que quedaría, por eso mismo, fuera del alcance universal del principio de causalidad.
Los principios lógicos reciben el nombre de leyes generales del pensamiento y se consideran como tales los principios de identidad, no contradicción y tercero excluso, así como los axiomas y definiciones, las leyes de la lógica y las premisas de los razonamientos. Los principios que se refieren a la realidad los describen las ciencias, con la denominación adecuada de leyes de la naturaleza; sin embargo, la afirmación de que todo fenómeno obedece a leyes (causales o no) es un principio de orden metafísico. En ética o moral a los principios se los llama normas.
La extensionalidad es el principio que afirma que los predicados coextensivos, o cuyo valor de verdad sea el mismo, pueden sustituirse unos por otros.
El principio de identidad es una de las leyes del pensamiento tradicionales, cuya formulación ontológica es: «Todo ser es idéntico a sí mismo» mientras que en lógica se dice que «Si un enunciado es verdadero, entonces es verdadero». O bien:
Aristóteles: principio de identidad / no contradicción
“Hay un principio en los seres, relativamente al cual no se puede incurrir en error, precisamente ha de suceder lo contrario, esto es, que se está siempre en lo cierto. Este principio es el siguiente: no es posible que una misma cosa sea y no sea a un mismo tiempo; y lo mismo sucede en todas las demás oposiciones absolutas. No cabe demostración de este principio; y, sin embargo, se puede refutar al que lo niegue. En efecto, no hay otro principio más cierto que éste, del cual pudiera deducírsele por el razonamiento, y era preciso que fuera así para que hubiera realmente demostración. Pero si se quiere demostrar al que pretenda que las proposiciones opuestas son igualmente verdaderas que está en un error, será preciso tomar un objeto que sea idéntico a sí propio, en cuanto puede ser y no ser el mismo en uno solo y mismo momento, y el cual, sin embargo, conforme al sistema, no sea idéntico. Es la única manera de refutar al que pretende que es posible que la afirmación y la negación de una misma cosa sean verdaderas al mismo tiempo. Por otra parte, los que quieren conversar entre sí deben comprenderse, porque ¿cómo puede sin esta condición haber entre ellos comunicación de pensamientos? Es preciso, por lo tanto, que cada una de las palabras sea conocida, que exprese una cosa, no muchas, sino una sola; o bien, si tienen muchos sentidos, es preciso que indique claramente el objeto que al presente se quiere indicar con la palabra. En cuanto al que dice que tal cosa es y no es, niega lo mismo que afirma, y por consiguiente afirma que la palabra no significa lo que significa. Pero esto es imposible; es imposible, si la expresión tal cosa tiene un sentido, que la negación de la misma cosa sea verdadera. Si la palabra designa la existencia de un objeto, y esta existencia es una realidad, necesariamente es una realidad; pero lo que existe necesariamente no puede al mismo tiempo no existir. Es, por tanto, imposible que las afirmaciones opuestas sean verdaderas al mismo tiempo respecto del mismo ser.”
Metafísica, XI, 5 (Espasa Calpe, Madrid 1988, p. 279-280).
Aristóteles: no es posible afirmar cosas contrarias de lo mismo
“Principio cierto por excelencia es aquel respecto del cual todo error es imposible. En efecto, el principio cierto por excelencia debe ser el más conocido de los principios, porque siempre se incurre en error respecto de las cosas que no se conocen, y un principio, cuya posesión es necesaria para comprender las cosas, no es una suposición. Por último, el principio que hay necesidad de conocer para conocer lo que quiera que sea es preciso poseerlo también necesariamente, para abordar toda clase de estudios. Pero ¿cuál es este principio? Es el siguiente: es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación, etc. “
Metafísica, IV, 3 (Espasa Calpe, Madrid 1988, p. 108).
Un enunciado de base es la expresión de Karl. R. Popper, con la que distingue su posición teórica de la del Círculo de Viena. Es como una unidad de experiencia describible en un enunciado observacional , en cuya verdad los científicos pueden estar de acuerdo. A diferencia de los enunciados protocolarios, el enunciado básico puede servir como premisa para una refutación .
Un enunciado categórico es un enunciado que expresa la relación existente entre dos categorías de términos; por ejemplo, «todas las rosas son flores», que puede esquematizarse como «Todo S es P». A uno de los términos se le llama sujeto y al otro predicado; el término sujeto (S) indica la clase o conjunto de cosas de las que se afirma algo, y el término predicado (P), aquello que el enunciado afirma del sujeto. Ambos términos se unen mediante el verbo que recibe el nombre de «cópula»; en su forma estándar, la cópula es el verbo ser . Además del sujeto, verbo y predicado, que son términos categoremáticos, en un enunciado categórico hay términos sincategoremáticos, que precisan el tipo de relación que se establece entre sujeto y predicado. De ellos depende la cualidad y la cantidad del enunciado.
Tipos de enunciados categóricos: Los enunciados son, según la cantidad, universales o particulares. El enunciado universal afirma un predicado de toda la clase nombrada por el sujeto. El particular, de parte sólo de la clase. Son también, según la cualidad, afirmativos o negativos. El enunciado afirmativo afirma el predicado de toda la clase o de parte de la misma nombrada por el sujeto; el negativo, niega que el predicado convenga a toda la clase o a parte de la clase nombrada por el sujeto.
Un enunciado contingentemente verdadero es un enunciado cuya verdad no depende de su forma lógica, sino de lo que afirma o niega. Su verdad se decide normalmente por la teoría de la correspondencia entre lo que expresa el enunciado y el hecho a que se refiere .
Un enunciado deóntico es un  enunciado que expresa obligaciones o deberes, o que trata acerca de lo obligatorio y lo permitido. De este tipo de enunciados trata la lógica deóntica.
Un enunciado legaliforme también llamado «nómico», o «nomológico » o simplemente «legal», es el que tiene forma lógica de ley. Un enunciado tiene forma lógica de ley cuando:
1) es un enunciado universal o general y
2) es posible reescribirlo como un condicional contrafáctico.
Esta segunda exigencia distingue un enunciado legaliforme de una simple generalización accidental. «El oro funde a 1060º» es un enunciado legaliforme, mientras que «todos mis amigos son artistas» es una mera generalización accidental, que, escrita en forma de condicional contrafáctico, no sería necesariamente verdadera. Si un enunciado legaliforme es verdadero para cualquier situación o condición espaciotemporal, es una ley de la naturaleza o una ley científica.
Un enunciado observacional es un enunciado particular que describe o representa una experiencia o un acontecimiento sensorial intersubjetivo. Su función es servir de base a las generalizaciones que, según el inductivismo darán origen a hipótesis o teorías .
Los enunciados probabilísticos. Dejando de lado sentidos vagos de probabilidad, como «verosímil, creíble, plausible», son aquellos que indican el grado o cantidad de evidencias (pruebas) o grado de confirmación en que se fundamenta su carácter general. O los que muestran el grado de fuerza inductiva que poseen. Se dividen en numéricos y cualitativos. Los numéricos suelen interpretarse como hipótesis estadísticas . 
Los enunciados protocolarios ideados por R. Carnap, equivalente al de enunciado observacional, y al de proposición atómica, para designar, siguiendo la imagen que suscitaba el origen del nombre, a aquel enunciado con el que se describe una observación básica sobre la que se funda una hipótesis. Por ejemplo: «aquí, ahora, azul». Debían ser los fundamentos de la experiencia intersubjetiva. Neurath los describe como registros de una observación hecha en laboratorio . Carnap decía que debían formularse en un lenguaje «fenoménico», «primero», o «vivencial». Popper los denomina «cláusulas protocolarias» y exige que ellas sean también contrastables, ya que no pueden admitirse enunciados últimos en la ciencia.
Un enunciado atómico/molecular es una expresión debida a B. Russell. Un enunciado se llama atómico cuando no puede descomponerse en otros más simples; molecular, en cambio, es el enunciado compuesto por enunciados simples o atómicos. Para formar enunciados moleculares o compuestos se requieren juntores o conectivas .
Una proposición (del latín propositio, oración, parte de un discurso, que traduce el griego lógos apofantikós, o bien prótasis, la oración asertórica, que afirma o niega algo de algo) es en general, la oración asertórica, que afirma o niega algo de alguna cosa, y es susceptible de ser verdadera o falsa, identificándose así con enunciado. En un sentido más estricto, es el significado de un enunciado .
Tipos:
1-      Proposición necesaria: la verdadera en todo caso; es un enunciado lógicamente verdadero, constituye una verdad lógica, o una verdad necesaria, o una verdad analítica, o una tautología, o un enunciado analítico, o una relación de ideas, o una verdad de razón.
2-      Proposición contingente: la que describe hechos reales, o posibles, y constituye una verdad contingente, un enunciado sintético, una verdad de hecho o una cuestión de hecho. Puede ser verdadero o falso.
3-      Proposición a priori: aquella cuya verdad o falsedad es conocida sin recurrir a la experiencia, por el sólo análisis de los términos que la componen. Puede ser un enunciado analítico o un enunciado autocontradictorio.
4-      Proposición a posteriori: aquella cuya verdad o falsedad sólo se conoce recurriendo a la experiencia. Es un enunciado empírico, fáctico o sintético.
El principio de incertidumbre, de indeterminación es un principio fundamental de la mecánica cuántica, también llamado principio de incertidumbre o relación de indeterminación, que afirma que la inexactitud forma parte natural de nuestro conocimiento del mundo subatómico. Según la formulación de Werner Heisenberg, en 1927, «no es posible determinar a la vez la posición y la velocidad de una partícula atómica con un grado de precisión arbitrariamente fijado» . Heisenberg demostró que el producto de ambas imprecisiones era igual o superior a un valor determinado (la constante de Planck h; ver valor), lo cual significa que es imposible conocer con suficiente precisión la situación de un estado físico en un instante determinado para poder predecir la situación del mismo estado físico en un instante inmediatamente posterior. El principio de indeterminación, por consiguiente, supone que en la realidad subatómica no rige el determinismo físico. En este dominio, las leyes sólo logran una formulación estadística. Hay autores, incluido el mismo Heisenberg, que extienden esta indeterminación cuántica también al mundo físico macroscópico, con la salvedad, no obstante, de que en este campo el error -por ser tan pequeño- es prácticamente negligible.
El determinismo es en general, la teoría que sostiene que nada sucede al azar, sino que todo se debe a causas necesarias, de forma que, conociendo las causas o la suma de condiciones necesarias de un suceso es posible prever la existencia y las características del efecto. Más específicamente, el determinismo universal, también llamado determinismo causal, afirma que todo fenómeno del universo ocurre según leyes causales; este determinismo puede llamarse también principio de causalidad. El determinismo filosófico sostiene, en particular, que también las acciones humanas están causalmente determinadas y son, por tanto, previsibles y predictibles. El determinismo teológico, por su parte, sostiene, según algunas formulaciones, que la omnisciencia de Dios implica que los sucesos, incluidos los de orden moral, se hallen también determinados. Lo que se opone a la tesis del determinismo en general se llama indeterminismo, y lo que se opone al determinismo psicológico se llama libre albedrío o libertad humana. A la afirmación de que los sucesos en que interviene el hombre están determinados se la denomina fatalismo. El fatalismo, en el terreno de lo histórico es, de hecho, junto con la noción de necesidad, en el terreno de los fenómenos naturales, la versión más antigua del determinismo propia del mundo griego, atestiguada en el mecanicismo materialista de algunos presocráticos y, en especial, de los atomistas, así como en el mecanicismo y fatalismo de los estoicos y los epicúreos. En el período de la filosofía escolástica la necesidad fue considerada un privilegio exclusivo de Dios y de las ideas divinas, o del terreno de la lógica, mientras que la libertad psicológica del hombre era un supuesto necesario de todas las doctrinas religiosas de salvación. El concepto de determinismo, si no la palabra misma, aparece con la ciencia moderna de los siglos XVII y XVIII, que rechaza el modelo aristotélico de las cuatro causas como explicación de los cambios físicos. El modelo mecanicista de la ciencia física clásica hace enunciar a Pierre Simon de Laplace (1749-1827), astrónomo y discípulo de Newton, en 1814, el principio determinista por excelencia: una mente imaginaria poderosa, que conociera en un instante dado todos los hechos que acaecen en el mundo y las leyes a que están sometidos, podría conocer también todos los acontecimientos pasados y futuros para cualquier otro instante. Principio, de todas formas, ya formulado filosóficamente por Kant al precisar la más fundamental de todas las condiciones de posibilidad de la experiencia: el principio a priori de que todo cuanto sucede está determinado por su causa. Se habla también de determinismo no causal: según Mario Bunge, un determinismo lato implica que se sustituya el principio de causalidad universal (todo obedece a causas) por el de legalidad universal (todo obedece a leyes, causales o no). En la física contemporánea, no obstante, se entiende normalmente como determinismo el formulado por Laplace en Éssai philosophique sur les probabilités [Ensayo filosófico sobre las probabilidades] (1814). Este determinismo expresa el supuesto de la física clásica según el cual los fenómenos de la naturaleza podían ser conocidos según leyes causales cada vez más exactas y precisas; las leyes estadísticas o probabilísticas, aplicadas a determinados fenómenos naturales, como los cuerpos en estado gaseoso o la misma conducta humana, no se debían sino a un conocimiento imperfecto de las condiciones de observación. Pero la aparición de la física cuántica ha restado universalidad a este principio de determinación causal: la física no admite que exista un límite indefinido de precisión en la descripción de los fenómenos, y afirma que, debido al denominado principio de indeterminación, formulado por W. Heisenberg, no es posible formular predicciones definidas para el conjunto de los sucesos subatómicos. Físicos y filósofos discuten sobre cómo hay que interpretar el indeterminismo de la física cuántica y si, y hasta qué punto, obliga a revisar la teoría del determinismo causal tal como lo ha sostenido y entendido la física clásica.
 El determinismo filosófico, por su parte, es la teoría que afirma que también las decisiones humanas se hallan sometidas al determinismo universal, por lo que, igual que cualquier fenómeno de la naturaleza, la conducta humana obedece a leyes causales. En principio una afirmación de esta índole parece negar la existencia del libre albedrío, o libertad humana, así como, a la inversa, la afirmación de que el hombre es libre en su decisión de poder actuar o no parece negar la validez universal del determinismo. Pueden, no obstante, formularse ambas cosas sin contradicción: la voluntad humana es libre y el determinismo físico es verdadero. Que todo suceso humano pueda predecirse no significa que todo acontezca en el hombre por coacción (o compulsión) interna o externa. Dejamos de ser libres sólo si obramos por imposición -coacción, compulsión u obligación- de otro o de alguna cosa o situación o condicionamiento, internos o externos. Por esto se dice que todo acto humano, aun siendo libre, es previsible y, por lo mismo, que está determinado (por todos los factores de tipo psicológico individual, familiar y social y moral, que influyen en una elección). Esta manera de entender la libertad del hombre se ha formulado a lo largo de la historia de diversas maneras: los estoicos creen conciliar el impulso del destino con la libre determinación humana;  Hume define la libertad como «el poder de actuar o no de acuerdo con las determinaciones de la voluntad» y Kant habla de la doble causalidad en la que se encuentra el ser humano: la del orden fenoménico, la propia del determinismo de cualquier sistema físico newtoniano, y la del orden nouménico, o causalidad propia de la voluntad, esto es, la libertad. De ahí la definición de libertad humana como autodeterminación: la capacidad de determinarse a sí mismo.
Partiendo del supuesto de que los hechos humanos también están sometidos a alguna clase de determinismo y de que las ciencias, también las denominadas ciencias humanas, estudian las regularidades y conexiones entre fenómenos que suponen algún tipo de determinación, se habla de otras clases de determinismo. Así, el determinismo psíquico postula que todo fenómeno psíquico tiene una causa y, por lo mismo, también la libre elección o decisión humanas, en las que la causa es la fuerza del motivo más potente, o bien la situación interna psicológica determinada por todos los condicionamientos procedentes de la herencia, la biología, la educación, el temperamento y el carácter de la persona que decide o el inconsciente.
 Muchos planteamientos de la sociología dan por supuesto que los comportamientos sociales no son ni voluntarios ni conscientes, y que el objeto de esta disciplina consiste justamente en descubrir las leyes a que obedecen las fuerzas que actúan en la sociedad. Así, según Durkheim, los hechos sociales se explican por otros hechos sociales y éstos deben tratarse como si fueran cosas.
El materialismo histórico representa una forma específica de determinismo histórico, al entender la historia, no como fruto de las voluntades individuales de los hombres, lo cual no sería más que una forma de idealismo, sino como resultado de las leyes generales de la historia, determinadas por la estructura económica de la sociedad y aun de la misma lucha de clases.
 Es cuestión abierta a la libre discusión el precisar si, y hasta qué punto, las motivaciones y los condicionamientos sociales y psicológicos son verdaderas «causas» necesarias de las actuaciones de los individuos, o son más bien elementos que hay que tener en cuenta para una correcta comprensión o explicación de las decisiones personales libres. En principio, en toda conducta libre, tanto en el aspecto social como psicológico, se dan motivaciones y condicionamientos; la libertad sólo rechaza la imposición o coacción externa, así como la ignorancia o la fuerza compulsiva o coactiva interna, patológicas o no.
El principio del tercero excluso es una de las leyes del pensamiento tradicionales, cuya formulación ontológica es: «Todo enunciado es verdadero o falso».
Para el intuicionismo, en algunos casos (de un conjunto infinito de números) este principio no es válido.
El principio de no contradicción es una de las leyes del pensamiento tradicionales, cuya formulación ontológica es: «Una cosa no puede ser ella misma y su contrario, en el mismo aspecto y en el mismo momento»; mientras que su formulación lógica es: «Es imposible que un enunciado sea a la vez verdadero y falso».
El principio de razón suficiente  es la versión y corrección que Leibniz hace del principio de causalidad. Según dicho principio, también llamado «principio de la elección de lo mejor» o «principio de la armonía», la causa de un acontecimiento no es sólo la razón de su existencia, sino también de su esencia: de que sea de un modo determinado y no de otro. Leibniz, por tanto, asume el principio de causa est ratio: la causa es también la razón de cómo es el efecto, no sólo la razón de que exista, siguiendo la idea tradicional de que el efecto debe asemejarse a la causa. En esto se manifiesta el racionalismo de Leibniz: la naturaleza no es sólo un mecanismo que se explica por causalidad mecánica, sino que es posible dar razón de la naturaleza conociendo, por el principio de razón suficiente, los fines a que se orienta, que no son sólo teóricos sino también morales. Este mundo no se explica sólo tal cual es, sino que la explicación (científica) del mundo ha de incluir que es tal cual es (físicamente) porque es el mejor de los mundos posibles (moralmente).
Según Freud, el principio del placer junto con el principio de realidad son principios que rigen el funcionamiento psíquico humano. La noción de principio del placer fue inicialmente formulada por Fechner en 1848 bajo el nombre de «principio del placer de la acción», pero es Freud quien tematiza a lo largo de sus obras la noción de principio de placer entendido como rector de los actos que tienden a la consecución del placer o, mejor dicho, al alejamiento del dolor o displacer. En una primera etapa Freud lo denominó «principio de la inercia de las neuronas», y según él, es el que rige el funcionamiento del sistema neurónico para mantenerse en un estado de baja excitación ya que, en caso contrario, aparece el dolor o displacer. Más adelante concebirá este principio como regulador general de la estructura psicológica, de forma que, a partir de su división en tres estructuras de la psique: el ello el yo y el superyo, considerará que el ello, que es inconsciente, está regido por el principio del placer que tiende a la inmediata satisfacción y realización de todos los deseos y pulsiones bien realmente, bien en la fantasía, a efectos de reducir la excitación. El yo, en cambio, a instancias del superyo, se rige por el principio de realidad, que en base a las exigencias éticas socialmente establecidas, modifica los impulsos surgidos del ello. Mediante el principio de realidad el yo toma la decisión de si debe realizar o postergar la satisfacción de los deseos o, incluso, si debe suprimir la aspiración de la pulsión por condiderarla peligrosa. La formación del yo se determina a partir de esta tensión entre los dos principios psíquicos fundamentales.
En Más allá del principio del placer, Freud dedendió la existencia de un instinto de muerte (thánatos) que tiene como misión el retorno de todo lo animado al estado de inanimado, en oposición al eros cuya misión es, por el contrario, perpetuar la vida.
La  ley de Weber-Fechner es una ley fundamental de la psicofísica, establecida por Gustav Theodor Fechner en 1860, a partir de la anteriormente formulada por Ernst Heinrich Weber, que mide la relación de la magnitud de las sensaciones con la de sus estímulos. Según esta ley, la intensidad de la sensación varía en relación directa con el logaritmo del estímulo  de modo que el aumento en progresión geométrica del estímulo causa un aumento en progresión aritmética de la sensación.
El umbral de la sensación es una noción psicofisiológica útil cuando se estudian cuantitativamente las sensaciones. Éstas existen sólo dentro de unos determinados límites, propios de cada especie de organismo. Los límites los señalan la intensidad y a la cantidad del estímulo y se habla de umbrales absolutos y de umbral diferencial. Los umbrales absolutos indican la cantidad mínima de estímulo (umbral inferior) necesaria para que exista sensación, y la cantidad máxima (umbral superior o dintel máximo) por encima de la cual no hay respuesta del organismo . El umbral diferencial indica la cantidad de variación o incremento de intensidad necesarios para que se produzca una variación perceptible en la sensación . Ernst Heinrich Weber, padre de la psicofísica, inició el estudio cuantitativo de los umbrales y formuló la ley conocida como ley de Weber. Gustav Theodor Fechner (1801-1887), desarrollando esta ley, llega a la noción de unidad de sensación (incremento del estímulo), que formula con la llamada ley de Weber-Fechner, una de las primeras leyes empíricas de la psicología.
Thanatos , en la terminología psicoanalítica designa las pulsiones de muerte que tienden hacia la autodestrucción con el fin de retornar al organismo a un estado inanimado , y que son más fuertes en las primeras fases de la vida. Posteriormente se dirigen hacia objetos externos manifestándose como pulsiones agresivas. Una de sus manifestaciones específicas es la tendencia compulsiva hacia la repetición. 
Eros es el dios «amor» en la mitología griega, entendido como «deseo pasional». La cosmogonía de Hesíodo, originario de Beocia, región donde se daba culto a Eros, lo presenta como la fuerza cósmica que preside la constitución del universo, que procede por unión de contrarios o por separación de contrarios previamente unidos, dando como resultado elementos naturales a los que -todavía- se les da nombres de dioses (ver texto ). En las cosmogonías órficas, en cambio, en las que el universo comienza con la separación en dos mitades de un huevo primigenio, para formar el cielo y la tierra, Eros nace de él (ver texto ) para dar origen a los dioses inmortales y con la función, al parecer, de reunir de alguna manera las dos mitades del cielo y la tierra, o de unir lo mortal con lo inmortal. En la literatura mitológica griega, Eros aparece entendido según dos maneras distintas: la olímpica y la mística.  La primera, que se corresponde con la narración de Hesíodo, representa el principio cosmológico de separación de los elementos naturales e impone entre lo divino y lo humano una separación insalvable, mientras que la segunda, que corresponde a la narración órfica del origen del mundo, es favorable a la unión de hombres y dioses. El Banquete de Platón menciona ambas concepciones, pero el discurso de Diotima, por boca de Sócrates, destaca el carácter de intermediario -de daimon- del amor: es el vínculo que une dioses con hombres y mantiene todo unido como un continuo (ver texto ); este papel de intermediario, atribuido al amor, da pie a la explicación de su origen mediante el mito del nacimiento de Eros por la unión de Poros y Penía, y a adoptarlo como símbolo de la filosofía, que ocupa también un lugar intermedio entre el saber, propio de los dioses, y la ignorancia, dado que es deseo intenso de saber, como el amor.
En el psicoanálisis Freud recurre al nombre de Eros para designar el conjunto de instintos o pulsiones -sexuales, de autoconservación, de la libido, del yo, del principio del placer, etc.- que, a partir de Más allá del principio del placer (1920) identifica como pulsión de vida, cuya característica es la tendencia a la conservación de la vida, función que coincide «con el "eros" de los poetas y filósofos, que mantienen unido todo lo animado». Al Eros, o pulsión de vida, opone frontalmente la pulsión de muerte, a la que también denomina Thanatos, y entre la tensión y lucha que se crea entre ambos discurre la vida, no sólo del individuo, sino de la misma sociedad humana.
Sigmund Freud.” La agresividad y la cultura: instinto de vida e instinto de muerte”


El término libido puede seguir aplicándose a las manifestaciones del Eros para discernirlas de la energía inherente al instinto de muerte. Cabe confesar que nos resulta mucho más difícil captar este último y que, en cierta manera únicamente lo conjeturamos como una especie de residuo o remanente oculto tras el Eros, sustrayéndose a nuestra observación toda vez que no se manifieste en la amalgama con el mismo. En el sadismo, donde desvía a su manera y conveniencia el fin erótico, sin dejar de satisfacer por ello el impulso sexual, logramos el conocimiento más diáfano de su esencia y de su relación con el Eros. Pero aun donde aparece sin propósitos sexuales, aun en la mas ciega furia destructiva, no se puede dejar de reconocer que su satisfacción se acompaña de extraordinario placer narcisista, pues ofrece al yo la realización de sus más arcaicos deseos de omnipotencia. Atenuado y domeñado, casi coartado en su fin, el instinto de destrucción dirigido a los objetos debe procurar al yo la satisfacción de sus necesidades vitales y el dominio sobre la Naturaleza. Dado que, en efecto, hemos recurrido principalmente a argumentos teóricos para fundamentar el instinto de muerte, debemos conceder que no está al abrigo de los reparos de idéntica índole; pero, en todo caso, tal es como lo consideramos en el estado actual de nuestros conocimientos. La investigación y la especulación [futuras nos suministran, con seguridad, la decisiva claridad al respecto.


En todo lo que sigue adoptaré, pues, el punto de vista de que la tendencia agresiva es una disposición instintiva innata y autónoma del ser humano; además, retomo ahora mi afirmación de que aquélla constituye el mayor obstáculo con el que tropieza la cultura. En el curso de esta investigación se nos impuso alguna vez la intuición de que la cultura sería un proceso particular que se desarrolla sobre la humanidad, y aún ahora nos subyuga esta idea. Añadiremos que se trata de un proceso puesto al servicio del Eros, destinado a condensar en una unidad vasta, en la humanidad, a los individuos aislados. luego a las familias, las tribus, los pueblos y las naciones. No sabemos por qué es preciso que sea así: aceptamos que es, simplemente, la obra del Eros. Estas masas humanas han de ser vinculadas libidinalmente, pues ni la necesidad por sí sola ni las ventajas de la comunidad de trabajo bastarían para mantenerlas unidas. Pero el natural instinto humano de agresión, la hostilidad de uno contra todos y de todos contra uno, se opone a este designio de la cultura. Dicho instinto de agresión es el descendiente y principal representante del instinto de muerte, que hemos hallado junto al Eros y que con él comparte la dominación del mundo. Ahora, creo, el sentido de la evolución cultural ya no nos resultará impenetrable; por fuerza debe presentarnos la lucha entre Eros y muerte, instinto de vida e instinto de destrucción, tal como se lleva a cabo en la especie humana. Esta lucha es, en suma, el contenido esencial de la misma, y por ello la evolución cultural puede ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por la vida. ¡Y es este combate de los Titanes el que nuestras nodrizas pretenden aplacar en su «arrorró del Cielo» ! “
El malestar en la cultura, en Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1968, vol. III p.45-46.
Más allá del principio del placer, en Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid 1967, vol. I, p. 1112.
Sigmund Freud: eros y thanatos
“Basándonos en reflexiones teóricas, apoyadas en la biología, supusimos la existencia de un instinto de muerte, cuya misión es hacer retornar todo lo orgánico animado al estado inanimado, en contraposición al eros, cuyo fin es complicar la vida y conservarla así por medio de una síntesis cada vez más amplia de la sustancia viva, dividida en particular. Ambos instintos se conducen en una forma estrictamente conservadora, tendiendo a la reconstitución de un estado perturbado por la génesis de la vida, génesis que sería la causa tanto de la continuación de la vida como de la tendencia a la muerte. A su vez, la vida sería un combate y una transacción entre ambas tendencias. La cuestión del origen de la vida sería, pues, de naturaleza cosmológica, y la referente al objeto y fin de la vida recibirá una respuesta dualista.”
El yo y el ello, Alianza, Madrid 1973, p. 32.
“Yo, ello y superyo” son los nombres de la «nueva tópica» con que Freud describe el aparato psíquico hacia 1920, época en que también plantea la distinción de las dos pulsiones primarias: la pulsión de vida, o Eros, y la pulsión de muerte, posteriormente llamada Thanatos. La tópica es la exposición de la estructura de la personalidad humana, entendida como psiquismo, que Freud concibe espacialmente diferenciado en zonas, como si en él pudieran distinguirse diversas regiones o localizaciones de las funciones psíquicas, que describe, en un primer momento -«primera tópica»-, como inconsciente (Ics), preconsciente (Pcs) y consciente (Cs). Freud compara el aparato psíquico a un aparato óptico -un microscopio, por ejemplo- en el que la diversa localización de las distintas imágenes virtuales representaría la diversa localización de las distintas zonas funcionales del psiquismo. El inconsciente está formado por el conjunto de fenómenos psíquicos inaccesibles a la conciencia; el preconsciente lo constituyen los fenómenos en principio inconscientes, pero que acaban siendo accesibles a la conciencia; mientras que el consciente es la zona de contacto del psiquismo con el exterior, constituida por el conjunto de percepciones controladas por la conciencia racional. En esta perspectiva, la vida psíquica de una persona se concibe como un flujo de energía psíquica que, procedente del fondo preferentemente biológico del ello, y en especial de las pulsiones sexuales (libido) y de las de autoconservación, pugna por convertirse en consciente. Este flujo psíquico se haya frenado, no obstante, en dos zonas de represión y censura, situadas en la unión de dos fases o zonas sucesivas del aparto psíquico; de este modo, hay material psíquico reprimido y censurado tanto en el inconsciente como en el preconsciente.
La nueva tópica, que obedece a la necesidad de hallar también en el yo una actividad represora, la describe Freud ya completa en El yo y el ello (1923), obra en que distingue en la personalidad humana tres instancias, o tres estructuras, que denomina definitivamente ello, yo y super yo. Al super yo, resultado del proceso de identificación con la figura paterna tras el complejo de Edipo, y parte del yo que actúa a modo de una instancia crítica, de conciencia moral y censura, asigna la función de la represión y la de comparar al yo con su propio ideal . El ello, que se identifica fundamentalmente, pero no exclusivamente, con el inconsciente es el psiquismo humano carente de toda organización interior, únicamente sometido al principio del placer, ilógico en su funcionamiento, puro depósito de energía instintiva, es el fondo de pulsiones y deseos e impresiones ocultos por la represión .  El yo, sólo parcialmente inconsciente como el super yo, surge de la parte modificada del ello por contacto con la realidad externa y tiene por función representar al ello ante el exterior, de un modo socialmente aceptable; es la razón y la reflexión y a él incumbe hallar el equilibrio psíquicamente sano entre las exigencias -dictaminadas por el principio de realidad- del mundo externo, y las del ello y el super yo .




Cognitivismo: estudio de los procesos mentales implicados en el conocimiento, los mecanismos por los que se genera conocimiento básico  (percepción, memoria y aprendizaje) hasta la formación de conocimientos avanzados (conceptos y razonamientos lógicos). Se vuelca en el estudio del significado del hombre, la construcción cultural y flujos informativos son la base.
Está situada en el hexágono cognitivo:
Neurociencia:
Inteligencia artificial:
Psicología:
Lingüística:
Antropología:
Filosofía:
La psicología cognitiva estudia como las personas entienden el mundo y cómo toman la información sensorial, generando un conocimiento funcional, la cognición lleva a la conducta.
Bruned.









La antítesis aristotélica del ser social como modelo de conocimiento

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